Argentina, un país donde el 60% de la superficie de tierra cultivable está plantada con soja transgénica, se ha convertido en uno de los territorios donde el modelo del agronegocio avanza con más celeridad; pero, en los últimos años, emerge también con fuerza un movimiento que apuesta por la soberanía alimentaria y las prácticas agroecológicas, tanto desde la producción como desde el consumo. En ese tránsito es fundamental el rol de las mujeres, que reclaman la necesidad de una perspectiva de género para la agroecología, y que identifican el modelo agroindustrial con el paradigma patriarcal.
Un cambio de modelo hacia la forma de producción agroecológica es beneficioso para el medio ambiente y para la salud de los trabajadores, pero tiene también en el impacto de las relaciones en el interior de la comunidad. La agroecología debe ir unida a una recuperación del rol de las mujeres como cuidadoras de la tierra, del planeta, de la familia.
Las mujeres rurales construyen agroecología como sus madres y abuelas la practicaban, inclusive sin saberlo. Fue la resistencia de estas mujeres la que garantizó la existencia de diversidad de semillas y su resiliencia es la que hoy hace que superen todas las expectativas por sus criterios como alimentantes: no hay forma que vean en el alimento sólo una mercancía, lo que valoran por sobre todas las cosas es que sus familias coman bien, sin venenos, que sus hijos se nutran, en definitiva los alimentos sean eso: alimentos, por ende saludables y nutritivos.
Por esta razón, no se puede construir la agroecología con desigualdad de género. Es más, si queremos erradicar el hambre y la desnutrición y las enormes desigualdades imperantes, debemos comprender que sólo se podrá lograr siempre y cuando a las mujeres se les reconozcan sus derechos y particularmente se revalorice el status de las mujeres rurales, elevándolo ante la evidencia del importante rol que juegan en la alimentación, la agricultura, la nutrición y la seguridad y soberanía alimentaria.