El sistema agroalimentario se encuentra en una crisis severa provocada por el agotamiento de sus posibilidades productivas y por su incapacidad para cumplir las tareas para el que fue diseñado.
Mientras que una franja muy importante de la población mundial no alcanza las calorías mínimas para el mantenimiento de su organismo, convirtiendo el hambre y la desnutrición en un fenómeno estructural, la población de los países ricos está sobrealiemetada, sufriendo
por ello graves problemas de salud y suponiendo un extraordinario gasto a los sistemas sanitarios nacionales.
Según un informe que acaba de publicar el Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, 2010), la agricultura es, junto al consumo de combustibles fósiles, la actividad humana que origina problemas ambientales más serios. Este sistema evidencia, sin embargo, síntomas de agotamiento, sobre todo en el ámbito de la producción.
En los últimos años venimos asistiendo a la ralentización de su crecimiento, en un contexto e aumento del consumo y de la competencia por la tierra entre los distintos usos del territorio (alimentario, ganadero, energético, etc.).